EDITORIAL

A la Argentina le falta mucho más que el acuerdo con el FMI

Por Matías Boris Wilson / Arena Pública Consultores

Matías Boris Wilson, economista Jefe en Cámara Argentina de Comercio y Servicios.

El preacuerdo con el FMI alivia uno de los tantos riesgos que amenazan a la economía argentina —por el momento, solamente hay una intención conversada de ambas partes y habrá que ver si se aprueba en el Congreso—. En ese sentido, hay dos datos destacados de esta semana en el frente externo que afectan a nuestro país (y a los países de la región).

El primero es el precio de la soja, que vuelve a acercarse a niveles récord. Esto permitirá, de mantenerse, compensar parcialmente la baja de la producción por la sequía que estamos atravesando. El segundo dato fue la inflación de Estados Unidos que trepó al histórico 7,5% y que podría acelerar la reversión de política monetaria de la Reserva Federal (FED) y de otros bancos centrales.

Allá por los ochenta, el plan de política monetaria del expresidente de la FED, Paul Volker, llevó a las tasas de referencia a máximos históricos para controlar los destrozos inflacionarios y el debilitamiento del dólar como consecuencia de las dos crisis petroleras y del abandono del sistema de Bretton Woods, generando un brutal flujo de capitales hacia los países centrales, especialmente Estados Unidos (está probado que el principal driver de los flujos internacionales de capitales es la tasa de interés de la FED), provocando las crisis en cascada de las balanzas de pago de los países de Latinoamérica (México, Brasil, Argentina) en lo que después se llamó “La década perdida” porque en diez años la región no experimentó crecimiento.

Adicionalmente, el conflicto entre Ucrania y Rusia, sumado a la incertidumbre que aún genera el contexto de pandemia, es otro de los temas calientes que podrían afectar la actividad mundial si se mantienen las tensiones por mucho tiempo o si recrudece el conflicto.

Sin margen para que el gobierno aplique política fiscal ni monetaria expansiva, el debilitamiento de la actividad o la heterogeneidad en la que puede presentarse la recuperación vuelve a poner el foco en el crecimiento de mediano y largo plazo, que sufrirán, indefectiblemente, sin medidas que tengan una vista panorámica de la economía y que puedan ser aplicadas de manera coordinada en las complejas aristas que presenta.

Es posible que en los próximos dos años volvamos a ver una economía que, luego de la recuperación de 2021, vuelva a estancarse en términos per cápita. Sin acceso al crédito externo —mucho más difícil en un escenario de suba de tasas internacionales— el camino debería ser exportar más para poder importar más o aumentar el flujo de inversión extranjera directa (IED) para poder financiar el eventual gap negativo de la balanza comercial de una manera más sana. Recordemos que más del 85% de las importaciones de Argentina no son bienes finales y están dedicadas a producir otros bienes (entre ellos, bienes de exportación).

Es importante hacer hincapié en que una economía que genera déficits externos deberá financiarlos de alguna manera. Los bienes de la demanda agregada dedicados a la inversión, al gasto público y al consumo que no son cubiertos con producción local deben ser cubiertos con bienes importados. En ese caso, nuevamente, puede recurrirse a la deuda externa, pueden incrementarse las exportaciones o puede recurrirse a la IED. Sin acceso a ninguna de las tres, el déficit externo se corregirá a la fuerza en detrimento de la actividad. Es lo que Guillermo Calvo llama “Sudden Stop”.

Los desequilibrios acumulados y la conflictividad creciente en el interior de la coalición gobernante —sin solución a la vista— lucen como una vulnerabilidad adicional a las amenazas externas. La volatilidad de la política pública o la evidencia de la falta de plan (o la falta de consenso interno) podría agravar el deterioro de las expectativas de los actores económicos (empresarios y consumidores). Es cierto que la economía argentina está acostumbrada a trabajar con desequilibrios, como la inflación, pero hay que recordar que, también, suele ajustar esos desequilibrios de manera dramática y desordenada cuando la suerte deja de acompañarla.

En todo caso, hacer explícito un programa económico integral, creíble y sólido, lo que hace es darle estabilidad a unas expectativas que tienden a ser volátiles, es decir, que cumpliría con parte del objetivo de “tranquilizar la economía” en momentos en que hay desbordes que, justamente, la intranquilizan. La ausencia de un programa —por cierto, prometido— no hace más que fomentar la sensación de una “Macroeconomía de las promesas rotas”, como postulaba Daniel Heymann.

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