EDITORIAL

El perro que se persigue la cola

Por Matías Bolis Wilson / Arena Pública Consultores

La economía argentina está acostumbrada a funcionar con regímenes inflacionarios más o menos altos. En los últimos 70 años, la inflación promedio fue de 64% anual. Nuestra economía también ha sabido crecer con inflación alta, algo que más de una vez tenemos que explicarle a extranjeros que se interesan por nuestra coyuntura. Pero lo cierto es que la inflación repercute sobre los comportamientos de los agentes, en especial, cuando se producen saltos inflacionarios como el que vimos en estos últimos meses.

El último dato de inflación, correspondiente a mayo, muestra una desaceleración con respecto a los meses anteriores, aunque no hay muchas razones para creer que el número estará muy por debajo del 5% promedio en los próximos meses.

Se están cristalizando condiciones y mecanismos de indexación de toda la economía. Hay un doble efecto de razones externas y razones internas, y ninguno de los dos frentes luce con tendencia bajista. Los precios de los alimentos y la energía son los dos rubros que mayor dinámica están mostrando a nivel mundial, lo que está llevando a los principales bancos centrales a revertir la política monetaria ultraexpansiva, a riesgo de frenar la recuperación económica y el nivel de empleo, especialmente en Estados Unidos. La suba de precios que comenzó en 2021 a partir de la apertura y cierta normalización de la economía, se aceleró a partir de febrero de este año por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania.

Las principales economías están sufriendo una disparada inflacionaria — en principio los banqueros centrales consideraron transitoria— que muestra magnitudes que no se registraron en los últimos cuarenta años. En aquel entonces, en los años ochenta, y luego de las dos crisis petroleras disparadas por la Opep y de la caída del sistema monetario instaurado en Bretton Woods, con Ronald Regan en la presidencia de Estados Unidos y Paul Volker en la Reserva Federal (Fed), el dólar estaba muy debilitado y con la economía mundial sufriendo un estancamiento con inflación (aquí nació el concepto de “estanflación”). Así fue que la Fed subió la tasa de referencia a sus máximos históricos, generando una absorción inusitada de capitales internacionales produciendo la “Década Perdida” para Latinoamérica por crecimiento nulo registrado en esos años y con la conocida cascada de crisis de balanza de pagos de los países de la región.

El contexto empieza a parecerse, aunque, en rigor, todavía faltan darse otras condiciones. Primero, por el tiempo que tardaron en reaccionar los bancos centrales en los años ochenta, lo que empeoró las capacidades de recuperación de todas las economías. Y, en segundo lugar, venimos de un nivel de tasa históricamente bajo que empezó en los dos mil, con la explosión de la burbuja de las “punto com” y se profundizó con la crisis “sub-prime”. Así que todavía hay espacio para sentir los efectos de una tasa creciendo, aunque no hay que perderle la vista, especialmente si el conflicto en Ucrania perdura durante mucho tiempo o si se profundiza.

También hay que considerar que las condiciones en las que este shock exógeno encuentra a la economía argentina son de cierta debilidad. Con un proceso inflacionario estructural y cierta subestimación del impacto de la emisión monetaria y de los desequilibrios macroeconómicos, a los que se suma un desanclaje de las expectativas por la incertidumbre política y la falta de un plan integral correctamente coordinado, la inflación en Argentina muestra los dientes. Sin embargo, como señalé al principio, nuestra economía está acostumbrada a trabajar con niveles relativamente altos de inflación, lo que muestra la resistencia que tiene.

¿Qué posibilidades hay de una aceleración inflacionaria descontrolada?; ¿cuánto puede afectar esos niveles de inflación al crecimiento económico?

Todavía faltan algunas condiciones para una espiralización sistémica de los precios —un eufemismo de “híper”. Pero lo cierto es que las que faltan son cada vez menos y el desfiladero por el que transita Economía y el Central es cada vez más estrecho. La mini crisis que vimos la semana pasada en la deuda CER muestra uno de los lados más frágiles. La dependencia del nivel de rollover y del juego de equilibrio entre tasa y dólares paralelos se suma, lo que hace más necesario ajustar el lápiz sobre las cuentas públicas para no agravar la situación inflacionaria. Las expectativas y el tamaño de la brecha también. Así que el cuidado con el que tienen que seguirse los próximos pasos requiere de una precisión y sangre fría de cirujano, porque una caída en el nivel de rollover del Tesoro obligaría al gobierno a recurrir al Banco Central como fuente de financiamiento.

Por el lado del crecimiento, no es solo la inflación la que genera problemas que pueden ralentizar la recuperación a corto plazo, sino que hay otras cuestiones estructurales que afectan el largo plazo. Pero, lo cierto es que, si la inflación se desboca, la actividad económica será inevitablemente afectada. Todavía ese escenario, aunque no está descartado, luce controlado.

Habrá que ver qué sucede en los próximos meses, pero la impresión es que habría que comprar pochoclo porque parece esta película que la vamos a ver por un rato largo.

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